Anthony Burgess fue un novelista, crítico y compositor británico. También fue libretista, poeta, dramaturgo, guionista, ensayista, escritor de viajes, locutor, traductor, lingüista y educador. Nacido en Manchester, vivió durante largos periodos en el sudeste asiático, Estados Unidos y Europa mediterránea, así como en Inglaterra. Su ficción incluye la trilogía malaya (The Long Day Wanes) en los últimos días del imperio británico en el Este; El cuarteto Enderby de novelas sobre un poeta y su musa; Nada como el Sol, una recreación de la vida amorosa de Shakespeare; Una naranja mecánica, una exploración de la naturaleza del mal; Y las Potencias Terrenas, una saga panorámica del siglo XX. Publicó estudios de Joyce, Hemingway, Shakespeare y Lawrence, y produjo los tratados sobre lingüística Language Made Plain y A Mouthful of Air, y fue un periodista prolífico, escribiendo en varios idiomas. Tradujo y adaptó a Cyrano de Bergerac, a Edipo el Rey, ya Carmen para el escenario; Jesús con guión de Nazaret y Moisés, el Legislador para la pantalla; Inventó el lenguaje prehistórico que se habla en Quest for Fire; Y compuso el Sinfoni Melayu, la Sinfonía (No. 3) en C, y la ópera Blooms de Dublín.
La Naranja Mecanica Pdf Completo
Esta es una edición completamente revisada del texto original de Anthony Burgess de La naranja mecánica, con un glosario de la jerga adolescente 'Nadsat', notas explicativas, páginas del texto mecanografiado original, entrevistas, artículos y reseñas, Editado por Andrew Biswell.
A Alex, de quince años, le gustan los latigazos de ultraviolencia. Él y su pandilla de amigos roban, matan y violan en su camino a través de un futuro de pesadilla, hasta que el Estado pone fin a sus desenfrenados excesos. Pero, qué significará su reeducación? Un horror distópico, una comedia negra, una exploración de elección, La naranja mecánica es también un trabajo de invención exuberante que creó un nuevo lenguaje para sus personajes.
La importancia del libre albedrío para el individuo es el tema principal de La naranja mecánica, pero Burgess inmediatamente ofrece al lector una serie de eventos que sugieren que este puede resultar peligroso. Sin verse obstaculizados por la aplicación de la ley, Alex y sus amigos son libres de hacer lo que quieran, incluso dañar a otros.
Aunque Alex es un matón, también es sofisticado. No es una naranja mecánica, ya que tiene el potencial de una gran sensibilidad y humanidad. Aún así, la pregunta sigue siendo si sería mejor convertirlo en una naranja mecánica y restringir su libre albedrío. El hombre drogado del bar, en cambio, se convierte en una naranja mecánica por el abuso de las drogas, volviéndose insensible a los golpes y los gritos. Pero incluso en este caso, ha sido una elección libre.
El cine como cualquier objeto cultural es susceptible de ser admirado, ya que trasciende a nuestra sociedad y a nosotros mismos. Nos conmueve y puede llegar a desbarajustar la moralidad impuesta, escandalizar y, en definitiva, suponer una experiencia vital. Algo así puede suceder con el filme que nos ocupa, La naranja mecánica (A Clockwork Orange, 1971), de Stanley Kubrick . Verla por primera es un acontecimiento que, a un gran porcentaje de espectadores, les supuso algo que recordarán para siempre. Desde la absoluta fascinación a la repugnancia, el primer visionado ha provocado de sentimientos individuales a respuestas colectivas, positivas y negativas. Rendir culto a una obra como esta es algo que sucede desde la fecha de su estreno y todas las generaciones, de una u otra forma, siguen manteniendo en un pedestal a esta obra de ciencia ficción.
A los catorce años la alquilé en un videoclub para verla en una sesión de cine entre amigos, todos habíamos oído hablar de ella, conocíamos los iconos visuales y, en definitiva, nos emocionaba estar ante algo que, en cierta manera, había sido censurado. La naranja mecánica no envejece y mantiene intacto su impacto, aunque estemos en tiempos de pornografía visual.
En La naranja mecánica se juntan dos fuertes pilares que hacen de esta una obra de culto. Tenemos, por un lado, la trama que plantea la duda moral que anteriormente citábamos, llamémoslo pues, el planteamiento literario del argumento. Por otro lado, tenemos la arriesgada apuesta visual de un genio como Kubrick, que consiguió sobrepasar con su trabajo las expectativas de una novela exitosa.
Con respecto al planteamiento literario del filme, el tema más importante que, creemos, hace de La naranja mecánica una obra de culto, es el dilema moral que plantea. Poco a poco, la provocación visual de la puesta en escena irá perdiendo fuerza y, sobre todo, para las siguientes generaciones, acostumbradas a un cine posmoderno, en el que lo explícito está a la orden del día. La naranja mecánica es explícita, pero es lo suficientemente sesuda como para reducir su violencia a meramente provocativa, ya que el poso que deja en el espectador va más allá de la escandalización gratuita.
Secuencia a secuencia, el narrador, Alex, nos va engatusando e introduciendo en sus pensamientos, y en el fondo, da cierta pena que sea traicionado. Ya en la cárcel y tras el proyecto Ludovico, sentimos verdadera lástima ante la víctima que, a partir de ahora, será el que fue torturador. Las tornas cambian por completo y el maniqueísmo absoluto reina en este microcosmos, donde Alex es maltratado por la sociedad para la que lo reformaron. Ciertamente, deseamos que Alex recupere la cordura para vengarse de aquellos que le hicieron daño, o simplemente para que los políticos que instauraron el programa reformatorio paguen por sus errores. No podemos identificar al verdadero malvado de la historia, Es Alex el sociópata o son los poderosos los que ejercen la violencia sobre la sociedad? En definitiva, nuestra identificación y compasión por el psicópata es lo que nos genera la atracción hacia el film.
La colaboración entre Kubrick y el escritor de la novela original, Anthony Burgess, fue estrecha durante la producción del filme. Lo que al principio supuso la admiración del escritor hacia la adaptación de su novela acabó por sobrepasarle. Kubrick omitió el final del libro, en el que Alex se reforma y abandona la violencia para dejar un final abierto que celebra la ausencia de moralejas. La naranja mecánica se convirtió en la obra más famosa del escritor, muy a su pesar, ya que no entraba dentro de sus obras más valoradas de sus veinticinco publicadas. El actor protagonista Malcom Mcdowell y el autor se aliaron contra el director y su famoso ego pero, ciertamente y a pesar de todo, el filme de Kubrick consiguió pasar a la Historia.
La controversia es necesaria para que una obra se pueda elevar a otra categoría, ya que si nos incomoda es porque, en cierta manera, nos está removiendo el inconsciente. La combinación magistral entre música y escenas violentas estilizadas nos excita, nos pega a la pantalla o, por el contrario, nos hace retirar la mirada. Al igual que Alex en el programa Ludovico, cuando es obligado a mirar escenas del Tercer Reich, explosiones o violaciones, mientras unos ganchos le sujetan los ojos para no poder parpadear. Curiosamente, estas imágenes que desfilan ante sus pupilas son históricas y reales, nada tienen que envidiar a los actos vandálicos de los drugos. Más allá del rechazo o la admiración, todo el mundo recuerda la primera vez que vió La naranja mecánica, ya que la mirada furiosa de Alex apeló y consiguió dirigirse a cada uno de nosotros. Es seguro que alguna imagen del filme se mantendrá en nuestras retinas para siempre, al igual que la 9ª Sinfonía en la mente de Alex. 2ff7e9595c
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